domingo, 11 de noviembre de 2012



Sencillamente: siendo quien eres.

No es tan fácil ser quien eres. Y no lo es porque, en primer lugar, necesitas saber quién eres.

Al antropólogo Georges Bataille le había llamado la atención la forma en la que, en el arte prehistórico, los artistas procuraban expresarse con el máximo de rigor al retratar la cabeza de un animal, pero al mismo tiempo, se desentendía de hacerlo cuando pintaba a un hombre: o bien aparecía una figura más o menos esquemática entre otras similares, anodino, indiferenciado, o bien, cuando se retrataba con mayor detalle, el ser humano portaba una máscara que generalmente consistía en la cabeza de un animal cazado(1).

En otras palabras, el hombre  representaba a los individuos de su especie subsumidos en el anonimato, pero a los animales, conforme a una identidad exclusiva: los animales eran más personas que ellos mismos.

Se trata de un enfoque osado, desde luego, pero me sorprendió por su originalidad y me hizo caer en la cuenta de que, a partir del Renacimiento europeo, la demanda de retratos se dispara coincidiendo con el auge de la economía, el comercio internacional y la difusión del conocimiento. Fue una época en la que el concepto de la ambición se hizo más popular, y a medida que se popularizaba más, más necesaria era la producción de retratos. Resulta interesante el que hoy en día la inclusión de una foto en un curriculum se inexcusable de todo punto; en lo que se refiere a las redes sociales, se puede decir que un usuario sin rostro, o por lo menos sin logo vicario (como es mi caso) no posee una presencia plena ante sus interlocutores potenciales: no suscita interés.

Estoy consultando la edición española de 1979 de Les revelations du visage, de Jean des Vignes Rouges (pseudónimo del militar frances Jean Tabourean, uno de los primeros difusores de la morfopsicología). Sorprende ver cómo el autor describe con gran lujo de detalle las conexiones entre la configuración de cada rostro humano y la atribución de un cierto modo de hacer las cosas, pero se encuentra más ocupado en presentar su obra como curiosidad intelectual que como herramienta de aplicación práctica, algo que lamento, ya que si Bataille estaba en lo cierto, todo da a entender que el hombre primitivo asignaba una mayor prioridad a la previsión de la conducta de sus piezas de caza (y la de otros animales que pudiesen cazarlo a él) que a la de las conductas de sus congéneres.

No he escrito estas líneas para lamentarme del manido dicho homo homini lupus, sino para remarcar, que si no te conoces bien a ti mismo ni te tomas la molestia de abrir los ojos a la forma de ser de todos y cada uno de tus interlocutores, el lupus malo vendrá, soplará sobre tu casita y después te comerá por las patitas.

Palabra.

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