El coeficiente intelectual de Kaczynski es de 170. Menos de un cinco por ciento de la población mundial alcanza esa cifra. Este hombre abandonó su puesto de profesor y se fue a vivir a una cabaña en los montes de Montana durante veinticinco años. Allí siguió investigando en matemáticas entre restos de comida podrida.
En el ambiente matemático se considera sin duda alguna que el talento de Kaczynski le hubiese permitido obtener un cargo académico en cualquier prestigiosa universidad.
Pero tras vivir en la cabaña durante ese cuarto de siglo, empezó a fabricar bombas. Mató a tres personas e hirió a veintidós. Kaczynski es el famoso Unabomber, que sembró el pánico en EE.UU. con sus inauditos ataques a medios de comunicacion y aeropuertos.
Denunciado por su hermano, fue juzgado y condenado a muerte. La condena fue posteriormente conmutada por cadena perpetua sin posibilidad de condicional.
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Unabomber es
ciertamente un caso límite de inteligencia derivada hacia un pozo de
locura. Lo inquietante es lo inútil que resulta para conocerse a uno
mismo, la oportunidad y conveniencia de los propios actos y el ejercicio
de la más imprescindible habilidad del ser humano: la comunicacion con
los demás.
No
digo que seamos "unabombers potenciales" ni mucho menos, pero cuando
las cosas se tuerzan en nuestras vidas, y siempre que tengamos el valor
suficiente para ser capaces de analizar la secuencia del camino que nos
ha conducido a esos momentos incómodos, utilicemos hasta la última pizca
de nuestra inteligencia para olvidarnos tanto de las tristezas como de
las culpas, propias y ajenas, y preguntarnos dos cosas: una, si
realmente nos conocemos, y dos, si conociéndonos, queremos que nuestra
vida sea la que queremos que sea vivida para nosotros y para los demás.
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